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La importancia del juego libre a lo largo de la infancia

  • Writer: Acton Admin
    Acton Admin
  • Oct 1
  • 5 min read

Updated: Oct 11


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Niñas y niños requieren relacionarse con el mundo como realidad material, es decir, descubrir los objetos, sus características y su potencial para convertirse en herramientas y en medios de expresión. También se descubren a sí mismos en relación con esos objetos del mundo. De este principio de vida nace la iniciativa Montessori de rodear a los niños solo de experiencias e historias reales, razón por la cual mochilas, loncheras, ropa y otros objetos personales se proponen completamente libres de personajes de fantasía.


Más adelante, descubren el mundo que la cultura construye sobre la realidad material. Con esto me refiero a la existencia de reglas, acuerdos de convivencia y el sentido de estas, entre otras cosas, solo para después encontrarse con el sitio en donde converge lo material, lo cultural, lo emocional y lo intelectual: el yo. Y todavía más sorprendente, la versión en espejo del yo: el otro.


De estas relaciones surge el aprendizaje fundamental, aquel que por principio es distinto al que asociamos con el acto de consumir contenido académico, el cual vendrá más tarde. Este mecanismo con el cual nos conocemos, nos expresamos y nos estrenamos en nuestro andar por el mundo se llama juego.


Si bien, el aprendizaje se asocia, casi por acto reflejo, en lo que entendemos como crecimiento académico; el juego se asocia con aquel que es supervisado y estructurado típicamente visto en el deporte. El juego supervisado se da cuando un adulto organiza, observa o dirige la actividad. Este tipo de juego enseña disciplina, trabajo en equipo y habilidades técnicas específicas, pues los niños aprenden a seguir instrucciones, respetar reglas y practicar bajo cierta estructura.


Pero existe, al igual que en el caso del aprendizaje, una versión del juego más urgente por necesaria y más fundamental en sus alcances: el juego libre. El juego libre ocurre cuando los niños deciden qué hacer, cómo hacerlo y con quién hacerlo, sin mediación adulta. Es espontáneo, surge de su curiosidad y de su necesidad natural de explorar. Al inventar reglas, negociar desacuerdos y diseñar sus propios contextos de juego, desarrollan autonomía, creatividad y habilidades sociales genuinas. Además, el juego libre les permite enfrentar riesgos controlados que son inherentes a las actividades que realizan —como trepar, correr, saltar, explorar alturas o practicar el juego "rudo"— aprendiendo así a medir sus límites y los del otro, a levantarse después de una caída y a autorregularse.


Nosotros creemos en el juego libre como una actividad vital no solo durante la primera infancia, sino que observamos una y otra vez los beneficios que este tiene para las niñas y los niños durante toda la infancia, e incluso en etapas posteriores.


En su artículo para la revista The Atlantic, “What Kids Told Us About How To Get Them Off Their Phones”, Jonathan Haidt, psicólogo social, lo deja muy claro. Las generaciones jóvenes anhelan tiempo y oportunidades de juego libre sin supervisión adulta.



Una explicación común de por qué los niños pasan tanto tiempo libre frente a las pantallas va más o menos así: los teléfonos inteligentes y las redes sociales los están volviendo adictos. Los niños miran sus dispositivos y socializan en línea en lugar de hacerlo en persona porque la tecnología los ha condicionado para así hacerlo. Pero esto pasa por alto una parte clave de la historia. Haidt nos confronta con los resultados de una encuesta realizada por el Instituto Harris Poll en la cual entrevistaron a 500 niños de entre 8 y 12 años en Estados Unidos. Allí mencionan que estas tecnologías digitales les han dado acceso a mundos virtuales, donde pueden moverse mucho más libremente que en el mundo real. La mayoría de los niños en la encuesta también reportaron que no se les permite pasar tiempo lejos de las pantallas sin supervisión de un adulto.


Menos de la mitad de los niños de 8 y 9 años han recorrido solos un pasillo del supermercado; más de una cuarta parte no tiene permitido jugar sin supervisión ni siquiera en el jardín de su casa. Los niños quieren reunirse con sus iguales en persona, sin pantallas ni supervisión, pero como muchos padres restringen su capacidad de socializar en el mundo real por su cuenta, los niños recurren a lo único que les permite estar con sus amigos sin los adultos encima: sus teléfonos, computadoras o consolas de videojuegos.


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Los niños siempre tendrán más horas libres de las que los adultos podemos supervisar—un vacío que ahora llenan los dispositivos. “Sal a jugar”, que implicaba literalmente salir de casa y explorar, ha sido reemplazado silenciosamente por sentarse frente a una pantalla y mover los dedos pulgares. Las normas sociales, la estructura comunitaria, la infraestructura y las instituciones que antes facilitaban el juego libre se han erosionado. Decirles a los niños que salgan no funciona tan bien cuando los hijos de los demás tampoco están afuera. Se percibe imposible cuando parece que en las calles acecha el peligro en todo momento.


Recuerdo mis años de infancia como una sucesión de tardes largas: llegar a casa, comer, acabar la tarea lo más rápido posible y correr al parque de la colonia, al sur de Monterrey, hasta que oscureciera. Para organizar el juego había que marcar por teléfono fijo o, de lo contrario, tocar la puerta de las casas de mis vecinas y saludar —con la cortesía debida— a la mamá o al papá que abría. Ese breve ritual de buenos modales era parte de la aventura.


En aquel parque casi no había sombra y el agua que nos acompañaba viajaba en cantimploras sencillas, de plástico transparente con tapa roja. Si se terminaba, bastaba con buscar una llave de agua en la banqueta de algún vecino y rellenarlas. Exploramos lotes baldíos cubiertos de girasoles silvestres y hierbas altas; las hormigas y la ortiguilla dejaban su marca en la piel; siempre había rodillas raspadas y sangrantes que se mostraban casi con orgullo al volver a casa.


En los veranos, en Torreón, la vida se ensanchaba aún más. En la colonia popular donde vivían mis tías abuelas nos trepábamos a una gran lila y convertíamos sus ramas en un barco de fantasía. A veces caminábamos hasta un arroyo seco para descubrir lo que el azar hubiera dejado allí. Con gis en mano dibujábamos la bebeleche y alguien tenía que robarse el rollo de papel sanitario de su baño, a escondidas, para hacer bolas mojadas que fungían como pelota. También corríamos hasta el cansancio jugando al voto. Volvíamos a casa porque teníamos hambre, o porque ya había oscurecido y ese era el acuerdo tácito con los adultos.



Hoy me pregunto: ¿cómo sustituiremos estas experiencias en el mundo actual? ¿Qué espacios estamos dispuestos a abrir para que los niños tengan un poco más de libertad, sin la mirada constante de un adulto? En esta época en la que las redes sociales y los videojuegos compiten por la atención de niños y niñas, el proveer de experiencias enriquecedoras de juego cobra una mayor relevancia. Es común escuchar a las niñas y niños de Discovery planear con emoción momentos de encuentro virtual para jugar Minecraft. Les escucho contar al momento de check-in en los Morning Launches sobre las horas que pasaron el fin de semana jugando un videojuego. Me pregunto por las oportunidades de encuentros verdaderos y de movimiento corporal que se están perdiendo. ¿Será que ya saben que la oportunidad de convivir con otros niños de forma libre se termina en cuanto salen de la escuela? 


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"Los niños de hoy quieren pasar su infancia en el mundo real. Devolvámosela." —  Lenore Skenazy

2 Comments


anna camacho
anna camacho
Oct 02

👏🏻✨

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Alicia Rodriguez
Alicia Rodriguez
Oct 02

🥰🥰🥰

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